El monasterio para mujeres de Santa Catalina de Siena en Arequipa, fue fundado en septiembre de 1579. Habían transcurrido treinta y nueve años de la fundación de la cuidad (agosto de 1540), y aún no existía ningún convento para mujeres. A pesar de que en
1568, las autoridades habían adquirido 20.000 metros cuadrados de
terreno para fundar el Monasterio de Nuestra Señora de la Gracia, que fue denegado por las autoridades eclesiásticas y del
virreinato del Perú.
Emplazamiento del
Monasterio de Santa Catalina de Siena, en los 20000 metros cuadrados destinados al fallido monasterio de Nuestra Señora de la Gracia. Actualmente ocupa el equivalente a dos
manzanas o cuadras del centro histórico de la ciudad, a pocos metros de la Plaza de Armas.
Pero en 1573, con treinta años, queda viuda (casó con dieciocho) y sin descendencia, la dama arequipeña María de Guzmán, hija del conquistador procedente de Moguer (Huelva, España) Hernando Álvarez de Carmona. En aquella época, y con esa edad, la única salida que le quedaba a cualquier mujer que no quisiera o pudiera volver a casarse, era la vida monacal. Así que María de Guzmán puso, durante seis años, todo su empeño en la empresa de la fundación. Hasta que finalmente, en 1579, con el visto bueno del virrey del Perú, Francisco Álvarez de Toledo (el mismo que mandó a Sarmiento de Gamboa a explorar el Estrecho de Magallanes para defenderlo) de visita en Arequipa, se funda el Monasterio de Santa Catalina de Siena, del que María fue la primera pobladora y priora. La dote que aportó al convento constaba de una piedra de molino, mil pesos de plata, una chacra (palabra quechua que significa terreno) de seis fanegas, algunos muebles y utensilios de plata, y una esclava (que la asisitría en el vida monacal). En 1580, junto a ella fueron admitidas: Ana Gutiérrez (de 24 años), Juana Pérez (de 18 años), Ana de Jesús (doncella pobre), Gerónima de Sena y Quiteria de Berrío.
Retraro de María de Guzmán realizado en el siglo XVIII, es decir, pasados dos siglos de la vida de la fundadora.
La imagen y el atuendo original fueron descubiertos después de retirar las vestimentas monacales sobrepintadas en el siglo XIX (como se ve a la derecha), posiblemente por alguna monja, tratando de adecuar la imagen de la primera priora al ideal monacal de la época.
Fuente: https://santacatalina.org.pe
Fuente: https://santacatalina.org.pe
El convento de Santa Catalina pertenece a la orden dominica (fundada por el burgalés Santo Domingo de Guzmán en siglo XIII) que a su vez, se rige por la Regla de San Agustín que controla todos los aspectos de la vida monastica: desde la caridad, el silencio, la vestimenta, el recato y la compostura. Las religiosas hacen voto de pobreza, castidad y obediencia, y tienen como obligaciones diarias, la oración, el oficio divino, la meditación de mañana y tarde, el rezo del rosario y las labores manuales.

La entrada al monasterio en la calle Santa Catalina.
Puede apreciarse la altura y grosor de los muros que cierran la clausura.
Imagen de Santa Catalina de Siena, sobre la puerta de entrada.
Fuente: https://santacatalina.org.pe/
En las normas de la fundación del convento, se señalaba que la candidata a monja "debía ser española", aportar una dote y llevar su ajuar. Pero sin mucha dilación, esa norma, como las que solo permitían comulgar a las monjas quince veces al año, o lavarse y cortarse el pelo siete veces al año, fueron modificándose. De hecho, el monasterio llegó a acoger a mujeres de toda procedencia (mestizas, criollas, quechuas) y condición: desde niñas y jóvenes de origen humilde, a candidatas de familias adineradas, que aportaban grandes dotes, y criadas o esclavas para asistirlas (incluso la calusura dejó de admitir a mujeres de procedencia española hasta 1964). También pasaron por él "educandas", es decir, niñas que recibian formación en el monasterio, y que luego podían llegar a profesar o no. Incluso llegaron habitar en el monasterio, mujeres solteras o viudas que a cambio de cuantiosas dotes, consiguieron vivir intramuros, aunque no tuvieran intención de profesar, comprometiéndose a llevar vida monacal.
Vistas hacia la calle desde la entrada al convento a través de tornos.
Accesos al convento a través de tornos.
A la izquierda de la entrada (o salida) del convento se encuentran los locutorios, único lugar en el que las religiosas tenían contacto con el exterior, a través de dobles rejas o celosias y mediante tornos que les permitían recibir o entregar objetos sin que se produjera contacto físico y siempre ante la presencia de otra monja que ejercía como testigo:
A la izquierda de la entrada (o salida) del convento se encuentran los locutorios, único lugar en el que las religiosas tenían contacto con el exterior, a través de dobles rejas o celosias y mediante tornos que les permitían recibir o entregar objetos sin que se produjera contacto físico y siempre ante la presencia de otra monja que ejercía como testigo:

Rejas o celosias de los locutorios comunes.
La entrada de luz se produce a través de una piedra traslúcida, un tipo de alabastro, llamada "piedra de Huamanga".


Celosias y torno ubicados en una celda que permiten más privacidad, solo para la priora o las hermanas de mayor rango.
Así, en el convento, (durante la visita pueden verse las zonas diferenciadas), habría niñas (recibiendo educación), novicias (que aún no habían profesado formalmente, y cuyos hábitos eran blancos), monjas de velo blanco u obediencia (al servicio de la comunidad, en cocinas, etc, y sin derecho a voto), monjas profesas: monjas de velo negro o de coro (tenían cierta formación, ya habían profesado y tomado los hábitos, por lo que su vestimenta blanca incluía la capa más externa de color negro), y mujeres que no habiendo tomado los hábitos tenían permiso para vivir dentro del convento.
Otro mapa del conjunto.
Las novicias (el noviciado duraba un año, prorrogable seis meses) y monjas de velo blanco u obediencia, ocuparían las zonas alrededor del claustro de novicias: las celdas y el dormitorio común (hoy pinacoteca del convento). Las monjas de velo negro más veteranas (y también las mujeres con haberes que no profesaban), ocuparían las celdas-vivienda independientes (viviendas con sala-dormitorio, cocina, patio y algún habitáculo para las criadas que llevaban).

Primer patio del convento, previo al Patio del Silencio (el silencio ya se solicita desde aquí).
A la izquierda de este patio se encuentra la Sala de Labores,
donde se exponen algunas de las manufacturas en tejidos de las monjas,
pero que originalmente era la sala donde las monjas gestoras del
convento recibían a las visitas improtantes.
Y esta Santa Cena del siglo XVIII, a tamaño natural.
Se dice que el monasterio de Santa Catalina, es una ciudad dentro de la ciudad. Y es que cuando después de 390 años, en 1970, abrió por primera vez sus puertas a la vida exterior, se descubrió que intramuros, una parte de Arequipa había quedado congelada en el tiempo (construcciones, urbanización, mobiliario, ausencia de electricidad y alcantarillado). Aparte de los claustros y las salas comunes más ordenadas y perdurables, la necesidad de dar cabida a las casi 200 mujeres que habitaron el monasterio en algún momento de su historia, obligó a crear y refaccionar viviendas de manera caótica, como puede apreciarse al visitarlo, o al ver la imagen satelital del complejo. Los derrumbes provocados por los constantes terremotos en la ciudad, no ayudaron demasiado, y las celdas-vivienda, proliferan en la zona más alejada de los claustros sin orden aparente. Es curioso observar como muchas de esas celdas-vivienda tienen nombres labrados en la piedra sobre las puertas de entrada, y podían dejarse en herencia a hermanas elegidas por la "dueña", o a mujeres pertenecientes a la familia de la monja "ocupante" que también fueran a profesar (durante mucho tiempo fue común que varios componentes de una misma familia llevaran vida religiosa) o a enclaustrarse.
Mapa en el que puede apreciarse la disposición caotica de los tabiques que configuraban las celdas-viviendas independientes.
Patio del Silencio.
Desde el Patio del Silencio, zona de recogimiento y oración, se llega al Claustro de Novicias,
en piedra sin adornos. Estas zonas eran las asignadas a las monjas
recien ingresadas. Así preparaban su progresiva inmersión a la vida
monacal. Alrededor de este claustro se encuentran las habitaciones de
las novicias que ellas mismas (sus familias) tenían que dotar y
amueblar, también sus capillas o espacios comunes.
Este pasaje se adorna con las Letanías Lauretanas del Rosario a la Virgen.
En el Claustro de Novicias, las galerías son de piedra sin tallar, ni adornar.
Pero en el espacio entre arcos, sí que hay pinturas que continuan representando las Letanías a la Virgen.
Pero en el espacio entre arcos, sí que hay pinturas que continuan representando las Letanías a la Virgen.
Torre de marfil y Casa de oro.

Una habitación de las que rodean el Claustro de Novicias, con el ejemplo del hábito blanco que estas vestían.

Desde el Claustro de Novicias, se regresa al Patio del Silencio, para llegar al Claustro de los Naranjos (por los árboles plantados en su centro).
Llaman
la atención sus corredores pintados en azul, las pinturas al fresco en las
bóvedas y arcos, y las cruces en el centro del claustro, donde las
monjas representaban la Pasión de Cristo en Semana Santa.
A
este claustro tiene salida la llamda "sala de Profundis", donde se
velaba a las religiosas fallecidas y decoran las paredes un curioso
conjunto de retratos mortuorios de prioras del monasterio.
Las pinturas de este claustro representan los Ejercicios Espirituales para la Perfección del Alma, de San Ignacio de Loyola.
La Vía Purgativa.
El conjunto de pinturas representa "el camino a la perfección espiritual".

A partir del Claustro de los Naranjos empieza la distribución masiva de celdas-viviendas independientes de las monjas que ya habían profesado los votos. Tantas son estas pequeñas viviendas que se distribuyen en estrechas calles, y algunas de estas viviendas tienen los nombres de sus dueñas tallados en la piedra sobre la puerta de entrada. Del Claustro de los Naranjos, parten las calles llamadas Málaga y Córdoba.

Enla calle Málaga, pueden visitarse algunas de las viviendas de las monjas, con sus habitaciones que hacen las veces de sala y dormitorio, cocina con horno y pequeños patios.
Observése que todas las tarimas o jergones para dormir se disponían bajo arcos o bóvedas de medio punto que aportaban mayor seguridad ante despredimientos del techo en los frecuentes sismos de la ciudad:
En
todas estas viviendas monacales son frecuentes las escaleras cuyo
destino hoy está perdido. Acaso eran el acceso a un segundo piso que hoy
no existe, a un altillo que se derrumbó en un terremoto, o quiza una
forma de ganarle horas al sol, en estos patios mínimos. Quizá
simplemente una manera de escalar y ver algún horizonte.

En general, el recurso del arco, o la bóveda es muy utilizado en todas las construcciones del monasterio.
Cocina y ventana de la celda de Sor María González.
También
desde la calle Málaga, se puede visitar la llamada Sala Zurbarán (antigua enfermería del convento), donde
se exhiben tesoros del convento, como cuadros, vajillas, muebles o
tallas religiosas.
La vida monacal estaba regida por la priora que disponía a su vez un órgano de gobierno llamado Consejo. La priora, que para ser nombrada, debía ser mayor de 35 años, era elegida cada tres años en el Capítulo Conventual, por las llamadas "monjas de velo negro", es decir, aquellas que ya habían profesado y tenían cierta formación. Otros cargos bajo la priora, eran la subpriora, la vicaria, y las oficialas principales: maestra de novicias, secretaria del consejo, procuradora, économa, sacristana, enfermera, portera, archivera, celadora y torneras (las torneras eran generalmente monjas de edad, pues eran las únicas que podían tener contacto eventual con personas externas a la clausura).
Para poder ser admitida en el convento era necesario el acuerdo del Consejo, del Capítulo Conventual, de la priora y además, dar parte al Obispo.

Se regresa al Claustro de los Naranjos para visitar algunas viviendas o celdas más con sus antiguos mobiliarios y enseres: braseros, arcones, jarras, palanganas, canastos, y ollas.
En todas las cocinas el negro del humo invade las paredes y techos.
También desde el Claustro de los Naranjos se llega a la calle Córdoba, hoy adornada con rojos geranios.
Vista
de la calle Córdoba hacia el Claustro de los Naranjos. El muro de la
derecha de esta calle, es perímetro de la actual clausura del convento,
es decir, la zona que no se visita y en la que actualmente siguen
habitando algunas decenas de monjas.

La calle Córdoba, desemboca en la calle Toledo, a lo largo de la que pueden visitarse más casas-celda monacales.

Aquí se encuentran las que probablemente son las celdas más antiguas del conjunto conventual.


La calle Córdoba, desemboca en la calle Toledo, a lo largo de la que pueden visitarse más casas-celda monacales.

Aquí se encuentran las que probablemente son las celdas más antiguas del conjunto conventual.

La calle Toledo, se cruza con la calle Sevilla y sus arcos.

Poco después del cruce entre las calles Toledo y Sevilla, continuando por la calle Toledo, a la izquierda, se encuentra la que hoy es la cafetería para las visitas al convento. Es un agradable y normalmente soleado patio, donde hacer una parada y degustar los dulces facturados por las propias monjas, servidos en la cafería.
Más
adelante, en la misma calle Toledo, está el muro tras el que se encontraba el
cementerio del convento, utilizado entre 1867 y 1930 (anteriormente,
como era costumbre, las monjas eran sepultadas en la iglesia y en el
coro bajo de la misma). Una cruz blanca en el muro marca el lugar donde
las monjas tenían que mostrar sus respectos por las hermanas fallecidas.
Al final de la calle Toledo, frente al cementerio amurallado, y el límite del convento con la calle Zela, se encuentra la lavandería.
Un
curioso sistema de canal o reguero en altura (tallado en piedra),
llevaba agua desde acequias a unas "medias cántaras o tinajas" (de las que se utilizaban para
guardar grano o aceite). Si se tapona el canal central de agua, justo
después de la cántara que se quiere llenar, el agua se desvía
propocionando agua al recipiente en el que se hacía el lavado o aclarado.
Pasado
el sistema de pequeñas acequias o albercas y distribución de agua de la
lavandería, se llega a la reja que demarca el huerto (hoy más pequeño
que el original, y convertido en jardín), y de la que parte la calle Burgos, por la que se comienza el retorno del recorrido, visitando otras viviendas.



La
calle Burgos, enlaza con la calle Granada, más ancha, dando la
sensación de estar en una pequeña plaza. El edificio con espadaña y campana, que
queda en un pequeño callejón a la izquierda, es la entrada a las
dependecias de las cocinas comunes, abovedadas, enegrecidas, con pozo propio y
repletas de hornos y antiguos utensilios.
Vista de la
entrada a las cocinas por la que fue fachada de una antigua capilla del
conjunto. Construída en 1662, destruida por un terremoto en el mismo
siglo, y vuelta a construir. En 1871 pasó a ser la cocina comunitaria.
A
la izquierda de este edificio habría un antiguo acceso al convento (y dos tornos) custiodiado por hermanas de edad (las torneras), a través del que ingresarían alimentos al convento.
Arquitectónicamente, el monasterio fue sufriendo cambios a lo largo del tiempo. Algunos fueron obligados por los terremotos, como los derrumbes en la iglesia y claustros, y también por la conveniencia de adaptarse a la población del convento: se crearon calles (a las que hace alrededor de un siglo se dio nombres de ciudades españolas a las que evoca su aspecto) y tabiques aquí y allá, para crear, separar y adaptar de forma un tanto caótica, las típicas celdas-vienda. El muro externo, de cuatro metros de alto no existió desde el principio: se construyó en 1660 por el Obispo Juan de Almoguera. Tampoco los muros y paredes internos lucieron siempre esos colores que hacen al monasterio tan llamativo y fotogénico. Seguramente, la mayor parte de sus casi 400 años de historia, estuvieron básicamente encalados y en piedra vista.
Bajo los arcos de la calle Sevilla.
Desde
la calle Granada, se accede a lo que llaman "Zona del Terremoto". Una
zona en la que se abandonaron los restos de construcciónes derruidas por un
terremoto del siglo XVI. Hoy son una muestra del poder de devastación de
los sismos y de la capacidad de la vegetación para prosperar (con
un poco de ayuda).
Escalinata que une la Plaza Zocodover con la calle Granada.
Alabado sea el Santísimo Sacramento del
altar y la limpia concepción de Nuestra Señora
concebida sin mancha ni deuda de pecado original. Jesús,
María y José.
Vivienda de la Plaza Zocodover.
En la Plaza Zocodover.
Puertas labradas de la Plaza Zocodover.
En la Plaza hay una escalinata que permite ascender a la altura de los tejados de esta ciudad dentro de la ciudad:
Y alcanzar estas vistas del aparente laberinto de construcciones.
Calle sin nombre que parte de la Plaza Zocodover, donde se halla la habitación (a la derecha) con la bañera/alberca en la que se aseaban las monjas, siempre vestidas.
Volviendo a pie de calle se llega a la celda de la Beata Sor Ana de los Ángeles que vivió durante el siglo XVII. A los tres años ingresó en el convento para recibir educación y fue retirada a los diez por sus padres, para preaprarla para el matrimonio. Pero, oponiéndose a sus progenitores, decidió reingresar en el convento a los catorce años, para prepararse para tomar los hábitos. Llegó a ser priora del convento. Fue beatificada por Juan Pablo II en febrero de 1985. Se le atribuyen más de 68 predicciones cumplidas y curaciones milagrosas.
A continuación de la celda-vivienda de la Beata Sor Ana de los Ángeles, está el Refectorio (donde las monjas hacian sus comidas escuchando pasajes de las Sagradas Escrituras):
Después se llega al Claustro Mayor, construido entre 1715 y 1721, durante el mandato de la priora Sor Andrea Guadalupe Valencia:
Las pinturas que decoran el claustro relatan la vida de María y Jesús, y fueron realizadas por un pintor anónimo en 1722:

En el mismo claustro, hay una zona de confesionarios. Cuatro eran para las monjas y un quinto para la priora. Las monjas accedían a estos confesionarios/cubículos desde el Claustro Mayor. Realizaban la confesión a través de la chapa agujereada que se ve tras la puerta. Al otro lado, está la Iglesia, donde estaría el confesor.

Por aquí se sube también a la pequeña celda de Sor Juana Arias Costana, natural de Oruro (Bolivia) que vivió en la segunda mitad del siglo XVII, y que empieza a profesar después de que un monje de paso por La Paz, tenga una revelación sobre una niña que quiere llevar vida monacal, y la busque hasta encontrarla y aún sin dote, la lleve a Arequipa donde tome los hábitos. Se dice que durante el camino, Sor Juana encontró una pesadísima cruz natural (que aún se conserva en el monasterio) que transportó todo el camino hasta Arequipa.
Cuentan que la propia Sor Juana realizó estas pinturas en la bóveda de su celda, que recuerdan a las pinturas de las iglesias de sus tierra natal (estrellas y símbolos de la Pasión de Cristo).
Acceso a la celda de Sor Juana Arias y el coro alto.
Vistas del volcán Chachani desde la subida a la celda de Sor Juana Arias y el Coro Alto.
Vistas del interior de la iglesia (que no se puede vivitar por estar en uso para las hermanas que aún viven en el convento) desde la reja del coro alto.
En
el coro bajo de la Iglesia. Los coros eran lugares de suma importancia
para las monjas de claususra. No solo eran el lugar desde el que asistían
a las misas, serparadas y asiladas mediante celosías, sino que también
los coros, eran los lugares donde las monjas se reunían, hacían las
oraciones, tenía lugar la ceremonia de toma de hábitos y de profesión, y
realizaban sus honras fúnebres.
Pintura mural del coro (del siglo XVIII).
Cruces de Malta y de Calatrava.
También desde el Claustro Mayor se llega a la actual Pinacoteca del Convento, antiguamente un gran dormitorio común para novicias y monjas (utilizado en 1871 y 1970):
A lo largo de su enorme planta en forma de "T" se encuentran gran cantidad de cuadros y otras obras religiosas de la escuela cuzqueña, que estuvieron distribuidos por disitntos lugares del convento (incluyendo las viviendas de las monjas):
"Estigmatización de Santa Catalina" (1650-1680).
La Creación, y Adán y Eva.
Desde aquí se accede nuevamente al Patio del Silencio y si se quiere, a la salida.
Sin duda, es un curiosísimo lugar para visitar y fotografiar. Es muy recomendable adquirir la visita con una guía que contará detalles del lugar que pueden si no, pasar desapercibidos. Aunque durante el recorrido existen salas de interpretación y paneles que aportan cantidad de datos curiosos sobre el lugar, su historia y sus habitantes. El recorrido puede hacerse o repetirse más detenidamente también sin guía. Parece que durante los meses de julio y agosto son posibles las visitas nocturnas, (consultar la web de la empresa que gestiona las visitas).
Vista aérea del conjunto conventual.
Muro exterior (oeste) del convento en la calle Bolívar.
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